En España está muy poco extendida la costumbre de presentar la dimisión cuando se han cometido errores serios de gestión o, lo que es más grave, se han producido situaciones irregulares desde el punto de vista administrativo e incluso penal.
Tampoco es muy frecuente que se cese al responsable de la mala gestión si la dimisión no se produce
La destitución del vicealcalde de Madrid, M. A. Villanueva y su posterior dimisión como concejal, la seudodimisión de ningún sitio del cacique gallego J.L. Baltar y la negativa a dimitir de sus cargos del presidente de la Unión Democrática de Catalunya(UDC), J. A. Duran Lleida, ponen en primer plano de la actualidad estos asuntos.
Aunque no soy nada fundamentalista con las dimisiones, pues considero que no es el ungüento amarillo que todo lo cura y que se abusa en demasiadas ocasiones en pedir dimisiones, si creo que en determinadas circunstancias una dimisión o un cese, a tiempo es una medida muy higiénica desde el punto de vista democrático.
El esquema es en principio sencillo: todo responsable político que cometa un error grave o se vea inmerso de forma fehaciente en una situación legal irregular, debería dimitir o ser cesado. El problema aparece cuando se intentan definir los límites de error grave o situación legal irregular.
Analicemos los últimos casos.
El cese del Sr. Villanueva era prácticamente inevitable, dado que los datos que han ido apareciendo sobre la tragedia del primero de noviembre, revelaban tal cumulo de errores, mala gestión, imprudencias, favoritismos, e irregularidades de todo tipo, que obligaban a una depuración de responsabilidades, que no se podían quedar, ni siquiera para el PP, simplemente en sacrificar una pieza menor, como el responsable del Madrid Arena, sino que tenían que ir más arriba, hasta llegar al vicealcalde, si el gobierno del Ayuntamiento de Madrid quería que el conflicto no se le fuera del todo de las manos. La dimisión posterior de M.A. Villanueva como concejal, cargo del que no le pueden cesar, es un acto complementario sin mayor trascendencia.
La pregunta que surge ahora es si es suficiente con esta destitución o es imprescindible llagar hasta la máxima autoridad municipal: la alcaldesa.
La dimisión de la alcaldesa sería el reconocimiento explícito del fracaso del gobierno municipal y el PP va resistirse a hacerlo con uñas y dientes, por otro lado las responsabilidades las tenía delegadas por lo que, en rigor, no se le puede atribuir una responsabilidad directa, lo lógico es que intenten aguantar el chaparrón con el cese de Villanueva.
El caso del cacique gallego, uno de los históricos presidentes de diputación del PP gallego, que hacía y deshacía a su antojo, es totalmente distinto.
Este personaje, que fue presidente de la diputación de Orense durante 22 años, enchufó a medio partido en ella y es ahora, cuando ya se ha jubilado, y a modo de virrey, ha cedido el cargo a su hijo, cuando se ha conseguido por fin instruir un sumario contra él, que esperemos acabe con sus huesos en la cárcel.
La dimisión en este caso es una broma pues dimite como militante del PP, lo que a los ciudadanos les importa más bien nada, y si lo que pretende como dice, es proteger al PP de las consecuencias, la broma es doble pues justamente la imputación es por favorecer de forma fraudulenta a los militantes de dicho partido. El comportamiento de este y otros presidentes de diputación es una variante, en interpretación libre, de lo que se conoce en biología como simbiosis parasitaria, por la cual el presidente se beneficia con el cargo y los militantes, que le facilitan el nombramiento, se benefician a su vez de los enchufes del presidente. La parasitada en este caso sería la sociedad gallega, que es quien paga las facturas. En estos casos el cese no es posible y la dimisión es una caricatura y solo queda el juzgado.
El último ejemplo está relacionado con el presidente de UDC, J.A. Durán Lleida, que no piensa dimitir por las responsabilidades del llamado caso Pallerols, desvío de fondos públicos de la Unión Europea por el procedimiento de que un contratista amigo (el tal Pallerols) hinchase las facturas de formación relativas a la concesión que le habían hecho previamente desde el gobierno catalán (de CiU) de la época, que finalmente acabaron financiando UDC.
Se ha producido un acuerdo con la fiscalía para evitar el juicio pero por el mismo UDC se ve obligada a reconocer el desvío de fondos, es decir el reconocimiento de su culpabilidad. Aunque Duran Lleida niega estar personalmente imputado, tiene responsabilidades civiles "in vigilando", que parece asumir devolviendo las cantidades desviadas, pero también políticas que requerirían la dimisión de su cargo, como por otro lado se había comprometido a hacer hace unos años, cuando el proceso estaba comenzando. La simple petición de perdón por los hechos parece una salida demasiado suave.
La circunstancia de que los hechos juzgados daten de 1994 es un indicador más de la poca de la eficiencia de la justicia española en estos casos.
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