El 17 de enero de 1966 colisionaron en el espacio
aéreo de Palomares, a 10.000 metros de altura sobre la costa del Mediterráneo,
un avión cisterna KC-135, cargado con 110.000 litros de combustible, y un
bombardero B52, y las armas nucleares que este último transportaba, ambos aparatos pertenecientes a la Fuerza Aérea de
los Estados Unidos.
Como
consecuencia del accidente cayeron cuatro bombas nucleares de 1,5 megatones,
dos de ellas, quedaron intactas. En las otras dos que cayeron en tierra, se
produjo la explosión de la carga convencional, afortunadamente no de la
nuclear, lo que hizo que se rompieran en pedazos y se formase una nube de finas
partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban
parte del núcleo de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse el
núcleo. Dicha nube fue dispersada por el viento y sus componentes se
depositaron en una zona de 226 hectáreas.
La bomba que
cayó en el mar fue recuperada después de 80 días, gracias a las indicaciones
de un pescador, llamado desde entonces “Paco el de la bomba”.
En
marzo de 1966, Manuel Fraga Iribarne, entonces todopoderoso ministro franquista
de Información y Turismo, montó el numerito de bañarse junto con el embajador
norteamericano en Palomares, en la playa de Quitapellejos, para “demostrar
con el ejemplo que no existía peligro de radioactividad en aquella zona costera”.
Sin
embargo, el baño debió ser poco efectivo pues, todavía hoy, queda mucho por
descontaminar en ese entorno que sigue sin tener definido un plan de
descontaminación de los 50.000 m3 de metros cúbicos de tierra adulterados por
el plutonio.
En lo que parece ser una gran afición de los
dirigentes gallegos de la derecha española a los temas nucleares, 47 años después,
nuestro presidente del gobierno, Mariano Rajoy repite el numerito visitando la
ciudad japonesa de Fukushima, supuestamente para expresar su solidaridad por la
catástrofe nuclear ocurrida allí hace dos años.
No hacía ninguna falta que M. Rajoy fuera a Fukushima
en su viaje a Japón, pues la solidaridad se puede expresar sin necesidad de ese
viaje, pero lo que no es de recibo, es que este nefasto personaje se permita el
lujo de afirmar que "el temor sobre la
zona es "infundado" y ha confiado en que su visita "contribuya a
disipar" esos miedos".
¿Con que títulos se permite hacer
esta afirmación?
¿Ha vuelto a consultar con su primo
el que niega el cambio climático?
No sabe el presidente de nuestro
gobierno que en Fukushima hubo casi 20.000 victimas entre muertos y
desaparecidos, cientos de miles de desplazados, miles de hectáreas
contaminadas, miles de toneladas de agua radioactiva vertidas al mar, cientos
de miles de millones de euros de pérdidas.
No sabe nuestro presidente que el
accidente de Fukushima se ha debido a errores en el emplazamiento y en el
diseño de las instalaciones, de los que hay que aprender y que ha propiciado el
fin de la energía nuclear en Alemania y el replanteamiento de todas las medidas
de seguridad en todo el mundo, España incluida.
Produce vergüenza nacional las frívolas
declaraciones de M. Rajoy, que parecen más propias de un activista
del lobby nuclear.
Siempre he sido prudente y he evitado
mantener una postura muy radical contra las centrales nucleares, pues se combina
el riesgo existente con las necesidades de producir energía limpia y barata, pero
si los dirigentes de nuestro país comparten las peregrinas opiniones de Rajoy, quitándole
importancia a accidentes como el de Fukushima, no queda más remedio que gritar
con fuerza:
¡NUCLEARES NO!