Lo imposible se ha hecho realidad. Nadie creía que un personaje con el curriculum de Donald Trump pudiera alcanzar la presidencia de los EE.UU., pero ha sucedido.
Trump ha sido capaz de vencer de forma aplastante, primero a una pléyade de políticos profesionales republicanos, a continuación, con bastante holgura, a una personalidad del stablishment demócrata como H. Clinton, que aunque no fuera una persona de gran popularidad, se suponía que debía ir sobrada para vencer a un personaje tan pintoresco, y a la vez tan peligroso, como el candidato republicano.
Una de las claves de la victoria de Trump puede estar, en que su discurso demagógico ha hecho un gran efecto en lo que el mismo llamó los "olvidados", los que están fuera del sistema social.
En EE.UU. y Europa vivimos en una sociedad avanzada que dispone de muchos recursos como consecuencia de los avances tecnológicos de las últimas décadas. Estos avances también han conseguido que las necesidades de mano de obra para producir mercancías de todo tipo, especialmente de los productos básicos, hayan bajado de forma considerable lo que, unido al modelo liberal en el que nos movemos, ha centrifugado a la marginalidad a muchos ciudadanos, que no pueden acceder a las ventajas de la sociedad moderna.
La victoria de Trump refleja por tanto la incapacidad de las élites políticas norteamericanas de equilibrar la distribución de la riqueza.
La situación no es muy diferente en Europa. En Francia la candidata ultra-derechista, Marie Le Pen acecha con fuerza esperando su oportunidad en las próximas elecciones presidenciales; en Alemania asoman la cabeza los neonazis, y el triunfo del Brexit en el Reino Unido está muy relacionado con el voto de protesta de la ciudadanía británica contra sus dirigentes políticos.
En España, la impotencia de la población se canaliza, afortunadamente, hacia partidos de izquierdas como Podemos que, aunque en absoluto es comparable con la demagogia de la extrema derecha, tiene una cierta vertiente demagógica y populista, que comparte con otros valores con lo que pueden mantener un relativo equilibrio. Seguramente en no mucho tiempo se verá que tendencia acaba dominando en ellos.
También tenemos en España una élite política, que ha gobernado en los últimos años, que no ha sido capaz de parar el incesante aumento de ciudadanos excluidos de las ventajas de la sociedad del siglo XXI.
Mayores de 45 años, jóvenes en busca de su primer empleo, con alta formación o con la mínima, parados de larga duración, mujeres y desde luego inmigrantes con o sin papeles, incrementan continuamente el ejercito de excluidos que sobreviven, en diferentes grados, con rentas muy bajas.
Por otra parte, los niveles de servicios se van degradando continuamente: hospitales con camas cerradas y con servicios bajo mínimos, mientras se eternizan las listas de espera; escuelas masificadas; y dependientes sin prestaciones, son algunos de las características más relevantes de la sociedad de la miseria que estamos construyendo. Aunque hay muchos parados con los perfiles adecuados, no hay presupuesto para contratarlo y las bajas que surgen en estos servicios se amortizan
Los trabajadores que todavía tienen empleo, están una situación laboral frágil, en la que se van perdiendo los derechos laborales adquiridos tras muchos años de lucha sindical, mientras sus jornadas laborales aumentan y sus salarios se congelan o se reducen.
Sin duda las políticas del PP tienen mucho que ver con esta situación, pero no solo ellos, también los socialistas tenemos nuestra parte de responsabilidad.
En términos conceptuales y desde el punto de vista de la izquierda el objetivo sería aparentemente sencillo, se reducirá a:
Una de las claves de la victoria de Trump puede estar, en que su discurso demagógico ha hecho un gran efecto en lo que el mismo llamó los "olvidados", los que están fuera del sistema social.
En EE.UU. y Europa vivimos en una sociedad avanzada que dispone de muchos recursos como consecuencia de los avances tecnológicos de las últimas décadas. Estos avances también han conseguido que las necesidades de mano de obra para producir mercancías de todo tipo, especialmente de los productos básicos, hayan bajado de forma considerable lo que, unido al modelo liberal en el que nos movemos, ha centrifugado a la marginalidad a muchos ciudadanos, que no pueden acceder a las ventajas de la sociedad moderna.
La victoria de Trump refleja por tanto la incapacidad de las élites políticas norteamericanas de equilibrar la distribución de la riqueza.
La situación no es muy diferente en Europa. En Francia la candidata ultra-derechista, Marie Le Pen acecha con fuerza esperando su oportunidad en las próximas elecciones presidenciales; en Alemania asoman la cabeza los neonazis, y el triunfo del Brexit en el Reino Unido está muy relacionado con el voto de protesta de la ciudadanía británica contra sus dirigentes políticos.
En España, la impotencia de la población se canaliza, afortunadamente, hacia partidos de izquierdas como Podemos que, aunque en absoluto es comparable con la demagogia de la extrema derecha, tiene una cierta vertiente demagógica y populista, que comparte con otros valores con lo que pueden mantener un relativo equilibrio. Seguramente en no mucho tiempo se verá que tendencia acaba dominando en ellos.
También tenemos en España una élite política, que ha gobernado en los últimos años, que no ha sido capaz de parar el incesante aumento de ciudadanos excluidos de las ventajas de la sociedad del siglo XXI.
Mayores de 45 años, jóvenes en busca de su primer empleo, con alta formación o con la mínima, parados de larga duración, mujeres y desde luego inmigrantes con o sin papeles, incrementan continuamente el ejercito de excluidos que sobreviven, en diferentes grados, con rentas muy bajas.
Por otra parte, los niveles de servicios se van degradando continuamente: hospitales con camas cerradas y con servicios bajo mínimos, mientras se eternizan las listas de espera; escuelas masificadas; y dependientes sin prestaciones, son algunos de las características más relevantes de la sociedad de la miseria que estamos construyendo. Aunque hay muchos parados con los perfiles adecuados, no hay presupuesto para contratarlo y las bajas que surgen en estos servicios se amortizan
Los trabajadores que todavía tienen empleo, están una situación laboral frágil, en la que se van perdiendo los derechos laborales adquiridos tras muchos años de lucha sindical, mientras sus jornadas laborales aumentan y sus salarios se congelan o se reducen.
Sin duda las políticas del PP tienen mucho que ver con esta situación, pero no solo ellos, también los socialistas tenemos nuestra parte de responsabilidad.
En términos conceptuales y desde el punto de vista de la izquierda el objetivo sería aparentemente sencillo, se reducirá a:
- Repartir el trabajo entre más gente reduciendo la duración de la jornada, sin reducir el salario en la misma proporción.
- Mejorar el nivel de servicios de la sociedad: educación, sanidad, dependencia...., creando los puestos de trabajo necesarios.
- Reducir el tiempo de vida útil de los trabajadores, reduciendo, o al menos manteniendo, la edad de jubilación sin detrimento del valor de las pensiones.
El problema es que todo esto tiene un costo alto que hay que pagar y no es posible, ni razonable, un recurso al endeudamiento permanente.
Para acercarnos a ese modelo ideal, sería necesario subir los ingresos vía impuestos, especialmente a las rentas más altas utilizando herramientas fiscales como los impuestos al patrimonio, a las rentas del capital a las empresas, a las transacciones comerciales, etc.
En un país como España, perteneciente a la Unión Europea, con un déficit grande, y con la ideología liberal dominante, es muy complicado tomar medidas en la linea indicada, más bien se hace lo contrario: recortes para bajar el déficit y subvenciones con incentivos fiscales o con rebaja de las cotizaciones sociales, en definitiva bajando los ingresos para intentar atraer a los inversores y, supuestamente, crear empleo aunque sea basura.
Los socialistas no podemos conformarnos con esta situación, o limitarnos a proponer parches paliativos, es necesario que abordemos el problema en su totalidad y diseñemos con valentía, junto con los partidos socialistas europeos, políticas a corto, medio y largo plazo, que tienen que tener carácter europeo pero también nacional.
No es tarea fácil, pero hay que ponerse a ello y no lo estamos haciendo.
Efectivamente, según se comenta el efecto Trump, a llegado al Vaticano y están reflexionando, sobre la beatificación de Donald Trump, dado que ha sido capaz de poner a rezar a millones de ciudadanos
ResponderEliminarHa vencido Lucifer, tal como se presenta el panorama tanto en USA como en la España cañí,el futuro se ve lleno de nubarrones y los más perjudicados son las clases que menos tienen, no se que habrán visto en este monstruo de la naturaleza, que Dios nos tenga confesados.
ResponderEliminarDespués del Brexit, la verdad es que éramos muchos los que nos temíamos que iba a ganar Donald Trump. No en votos, que ha ganado Clinton por 200.000, sino en votos electorales. El miedo al emigrante y su demonización han sido claves. ¿Se convertirá Trump en un nuevo Hitler? No lo sabemos, pero pudiera ocurrir. ¿Ganará Le Pen en Francia? Puede pasar con facilidad.
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