El final del mandato del presidente Obama, supone también el final de una época que vamos a echar mucho de menos, tanto por los valores que ha representado durante sus ocho años de presidencia, como por las negras perspectivas que se anuncian con la llegada de su sustituto.
Era evidente que Obama iba a pasar a la historia por ser el primer presidente afroamericano, pero además, ha resultado ser el presidente más progresista de las últimas décadas hasta el punto de que en algunas ocasiones, como en la forma de abordar la crisis económica ha pasado por la izquierda a la Comisión Europea y a muchos dirigentes de nuestro continente. Mientras EE.UU. era capaz de salir de la crisis con medidas expansivas, Europa se sumía en el austericidio y la miseria, con recetas fracasadas limitadas al control del déficit de una forma inflexible.
En otros campos también ha dado muestras muy positivas, como en la salida de Iraq, que le supuso el premio Nobel de la Paz, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, el intento firme, aunque finalmente frustrado, de cerrar Guantánamo, su posición favorable a adoptar medidas contra el cambio climático y, en política interior, la puesta en marcha del "Obamacare" para proporcionar asistencia médica a los ciudadanos más desfavorecidos.
Si Obama hubiera tenido mayoría en el Congreso, su presidencia hubiera conseguido logros mucho mayores.
Los españoles progresistas de mi generación, los que nacimos a mediados del siglo XX, hemos considerado tradicionalmente a los norteamericanos, con cierta simplificación, como unos tipos capitalistas, prepotentes, incultos y un tanto paletos, difícilmente distinguíamos, más allá de pequeños matices, entre demócratas y republicanos. Obama ha cambiado esta percepción, ahora sabemos que en EE.UU. hay una corriente progresista urbana, a veces incluso de izquierdas, contrarrestada por una derecha rural que habita en la América profunda y que, ayudada por un sistema electoral del paleolítico de la democracia, ha conseguido que un personaje tan estrafalario como D. Trump haya alcanzado la presidencia. lamentablemente Hillary Clinton no ha podido ser la primera presidenta norteamericana.
La presidencia de Trump ha empezado mal para él. Más de medio millón de personas se manifestaron en Washington para defender los derechos de las minorías, mientras manifestaciones similares se organizaron en muchas otras ciudades de EE.UU. y de todo el mundo, lo que indica que la sociedad actual no admite con facilidad los criterios reaccionarios y autoritarios de este presidente. La resistencia ha empezado desde el primer día.
Muy significativo es también el hecho de que hayan sido las mujeres, con su símbolo del gorro rosa, las que hayan iniciado la protesta y que no se hayan limitado a defender solo sus derechos de genero sino que, además, hayan incluido la defensa de los derechos de otros colectivos: étnicos, de orientación sexual o con otras características. Con convocatorias como esta, el movimiento feminista alcanza sus máximas cotas.
Era evidente que Obama iba a pasar a la historia por ser el primer presidente afroamericano, pero además, ha resultado ser el presidente más progresista de las últimas décadas hasta el punto de que en algunas ocasiones, como en la forma de abordar la crisis económica ha pasado por la izquierda a la Comisión Europea y a muchos dirigentes de nuestro continente. Mientras EE.UU. era capaz de salir de la crisis con medidas expansivas, Europa se sumía en el austericidio y la miseria, con recetas fracasadas limitadas al control del déficit de una forma inflexible.
En otros campos también ha dado muestras muy positivas, como en la salida de Iraq, que le supuso el premio Nobel de la Paz, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, el intento firme, aunque finalmente frustrado, de cerrar Guantánamo, su posición favorable a adoptar medidas contra el cambio climático y, en política interior, la puesta en marcha del "Obamacare" para proporcionar asistencia médica a los ciudadanos más desfavorecidos.
Si Obama hubiera tenido mayoría en el Congreso, su presidencia hubiera conseguido logros mucho mayores.
Los españoles progresistas de mi generación, los que nacimos a mediados del siglo XX, hemos considerado tradicionalmente a los norteamericanos, con cierta simplificación, como unos tipos capitalistas, prepotentes, incultos y un tanto paletos, difícilmente distinguíamos, más allá de pequeños matices, entre demócratas y republicanos. Obama ha cambiado esta percepción, ahora sabemos que en EE.UU. hay una corriente progresista urbana, a veces incluso de izquierdas, contrarrestada por una derecha rural que habita en la América profunda y que, ayudada por un sistema electoral del paleolítico de la democracia, ha conseguido que un personaje tan estrafalario como D. Trump haya alcanzado la presidencia. lamentablemente Hillary Clinton no ha podido ser la primera presidenta norteamericana.
La presidencia de Trump ha empezado mal para él. Más de medio millón de personas se manifestaron en Washington para defender los derechos de las minorías, mientras manifestaciones similares se organizaron en muchas otras ciudades de EE.UU. y de todo el mundo, lo que indica que la sociedad actual no admite con facilidad los criterios reaccionarios y autoritarios de este presidente. La resistencia ha empezado desde el primer día.
Muy significativo es también el hecho de que hayan sido las mujeres, con su símbolo del gorro rosa, las que hayan iniciado la protesta y que no se hayan limitado a defender solo sus derechos de genero sino que, además, hayan incluido la defensa de los derechos de otros colectivos: étnicos, de orientación sexual o con otras características. Con convocatorias como esta, el movimiento feminista alcanza sus máximas cotas.