Han pasado casi seis años desde el fallecimiento de Hugo Chavez. Durante estos años, la República Bolivariana de Venezuela, dirigida por su sucesor Nicolás Maduro, ha sufrido una degradación enorme.
Las contradicciones sociales ya existentes en la época de Chavez, han dejado de serlo y los aspectos negativos se han impuestos de forma abrumadora a los logros positivos que pudieran existir hace seis años.
El país sudamericano, a pesar de tener una de las mayores reservas de petroleo del mundo, vive unos momentos muy difíciles, con carencia de suministros básicos, una hiper-inflación descontrolada y la población fuertemente dividida entre partidarios y contrarios al chavismo. Los enfrentamientos callejeros, en los que ya ha habido algunos muertos, son diarios.
Desde el punto de vista político, el presidente Maduro ha renovado su mandato en unas elecciones celebradas hace seis meses, en las que la oposición no se presentó, alegando falta de garantías democráticas. En las presidenciales anteriores (2013), Maduro ganó solo por el 0,5%, pero en las legislativas de 2015 fue la oposición quien ganó por un margen mayor (56,3 % frente al 43,7% de Maduro). En definitiva la oposición domina el poder legislativo y el chavismo el ejecutivo. El poder judicial, dominado también por Maduro, ha declarado al parlamento en desacato, por lo que sus decisiones carecen de valor. Sorprendentemente, el parlamento no ha sido disuelto y sigue formalmente activo.
En estas condiciones, la oposición ha dado un paso al frente y ha declarado nulo el último nombramiento de Maduro y, amparándose en una interpretación de constitución, ha nombrado presidente provisional de Venezuela al presidente de la Asamblea Nacional. Este nombramiento ha sido inmediatamente reconocido por todos los regímenes de derechas americanos (EE.UU., Brasil, Colombia...) mientras que Rusia y Cuba apoyan al régimen de Maduro.
El análisis en blanco y negro, apoyando de forma incondicional a uno y otro bando que hacen estos países no es, afortunadamente, generalizado en todo el mundo. Uruguay y México en América y los 28 países de la Unión Europea han adoptado una actitud muy diferente, instando al Régimen Bolivariano y a la Mesa por la Unidad Democrática, a convocar, en un corto espacio de tiempo, elecciones libres y garantizadas por la comunidad internacional.
No se puede jugar una vez más en el tablero internacional, al maniqueísmo facilón de buenos y malos, que puede provocar situaciones mucho más graves que la que se pretende corregir, como ha ocurrido en Iraq, o creando Estados fallidos como en Libia.
En nuestro país, la derecha demagogia que todo lo enfoca en clave interna, no ha perdido un minuto en apoyar sin condiciones a la oposición venezolana y a acusar al gobierno socialista de hacerle el juego al chavismo, condicionado por Podemos y argumentando con brocha gorda todo el bla, bla, bla habitual, que vale tanto para un roto como para un descosido.
La posición de nuestro gobierno, coordinada con los 28 países de la U.E., pretende atajar la espiral de violencia que de forma acelerada se está adueñando del país caribeño. Los miles de europeos, entre ellos 200.000 españoles, que viven en Venezuela, son un argumento adicional para intentar una postura constructiva que busque las posiciones negociadoras que puedan existir en ambas partes.
Las contradicciones sociales ya existentes en la época de Chavez, han dejado de serlo y los aspectos negativos se han impuestos de forma abrumadora a los logros positivos que pudieran existir hace seis años.
El país sudamericano, a pesar de tener una de las mayores reservas de petroleo del mundo, vive unos momentos muy difíciles, con carencia de suministros básicos, una hiper-inflación descontrolada y la población fuertemente dividida entre partidarios y contrarios al chavismo. Los enfrentamientos callejeros, en los que ya ha habido algunos muertos, son diarios.
Desde el punto de vista político, el presidente Maduro ha renovado su mandato en unas elecciones celebradas hace seis meses, en las que la oposición no se presentó, alegando falta de garantías democráticas. En las presidenciales anteriores (2013), Maduro ganó solo por el 0,5%, pero en las legislativas de 2015 fue la oposición quien ganó por un margen mayor (56,3 % frente al 43,7% de Maduro). En definitiva la oposición domina el poder legislativo y el chavismo el ejecutivo. El poder judicial, dominado también por Maduro, ha declarado al parlamento en desacato, por lo que sus decisiones carecen de valor. Sorprendentemente, el parlamento no ha sido disuelto y sigue formalmente activo.
En estas condiciones, la oposición ha dado un paso al frente y ha declarado nulo el último nombramiento de Maduro y, amparándose en una interpretación de constitución, ha nombrado presidente provisional de Venezuela al presidente de la Asamblea Nacional. Este nombramiento ha sido inmediatamente reconocido por todos los regímenes de derechas americanos (EE.UU., Brasil, Colombia...) mientras que Rusia y Cuba apoyan al régimen de Maduro.
El análisis en blanco y negro, apoyando de forma incondicional a uno y otro bando que hacen estos países no es, afortunadamente, generalizado en todo el mundo. Uruguay y México en América y los 28 países de la Unión Europea han adoptado una actitud muy diferente, instando al Régimen Bolivariano y a la Mesa por la Unidad Democrática, a convocar, en un corto espacio de tiempo, elecciones libres y garantizadas por la comunidad internacional.
No se puede jugar una vez más en el tablero internacional, al maniqueísmo facilón de buenos y malos, que puede provocar situaciones mucho más graves que la que se pretende corregir, como ha ocurrido en Iraq, o creando Estados fallidos como en Libia.
En nuestro país, la derecha demagogia que todo lo enfoca en clave interna, no ha perdido un minuto en apoyar sin condiciones a la oposición venezolana y a acusar al gobierno socialista de hacerle el juego al chavismo, condicionado por Podemos y argumentando con brocha gorda todo el bla, bla, bla habitual, que vale tanto para un roto como para un descosido.
La posición de nuestro gobierno, coordinada con los 28 países de la U.E., pretende atajar la espiral de violencia que de forma acelerada se está adueñando del país caribeño. Los miles de europeos, entre ellos 200.000 españoles, que viven en Venezuela, son un argumento adicional para intentar una postura constructiva que busque las posiciones negociadoras que puedan existir en ambas partes.